domingo, 2 de septiembre de 2012

La chica de la parada


LA CHICA DE LA PARADA


 







Kevin era un chico cercano a los 30 años, de complexión atlética, moreno, de estatura media y con evidentes rasgos hispanos. Se podría considerar una persona absolutamente normal en lo físico y por qué no decirlo, también en lo personal. No llamaba la atención ni para bien ni para mal. Simplemente era uno más dentro de la megalópolis llamada Nueva York, en la que las distintas nacionalidades y razas convivían en aparente armonía y naturalidad.
Hoy como tantos días Kevin se disponía a ir a su trabajo en el que llevaba no más de 6 meses. El lugar se encontraba en Brooklin, en la zona sur de esta ciudad por lo que debía desplazarse en autobús, ya que no disponía de vehículo propio.  Se trataba de un local de comida rápida conocido mundialmente que  no era otro que Burguer King, pero no cualquiera si no el mejor Burguer de la ciudad del que él era el encargado de la sección de dispensación alimentaria.
Kevin vivía sólo. No le faltaron pretendientes pero no encontraba a la mujer de su vida. Por su vivienda pasaron fugazmente varias chicas en los últimos 5 años. La  relación más seria que se le recuerda fue la de una bella mujer llamada Sara con la que estuvo conviviendo no más de 11 meses. Como ocurrió con las demás,  la convivencia les hizo ver que los deseos no tenían nada que ver con la realidad y se sucedían los fracasos sentimentales de Kevin
Todos los días se levantaba antes de las 6 de la mañana. Se duchaba y preparaba un suculento desayuno. Nunca faltaban sus huevos fritos con bacón, su zumo de naranja y su yogurt desnatado.
Salía a la calle con pocas ganas e ilusión por comenzar el trabajo. No en vano, aún siendo el encargado,  debía hacer las tareas de un simple dependiente. Cuando no estaba atendiendo a los comensales, estaba metido en la cocina, cuando no servía una hamburguesa, es que la estaba haciendo. Después de finalizar la jornada le tocaba, como buen responsable, quedarse una hora más a cuadrar las cuentas  a sumar la recaudación del día. Por supuesto la única recompensa que recibía eran las felicitaciones verbales de su jefe siempre y cuando hubiese ganancias, en caso contrario, encima, le correspondía dar explicaciones.
Pues bien, como estaba contando,  Kevin se dirigía a su lugar de trabajo para lo cual debía hacer uso de transporte público. A unos 300 metros de su casa existía una parada del autobús, una marquesina de color rojo que cobijaba las inclemencias del tiempo, con un banco corrido en su interior y un display que indicaba el tiempo que faltaba para pasar el próximo autobús. Todos los días coincidía con las mismas personas.  Una mujer joven a la que había visto la evolución de la gestación en su vientre de la criatura que llevaba dentro y que cada vez se hacía más prominente. Sabía que el día que faltara es que ya había dado a luz. Lo cierto es que nunca la preguntó. También había otro estudiante con la mochila al hombro y con unos enormes auriculares en forma de diadema de color blanco del que se desprendía un sonido atronador, que ya lo era para los que estaban fuera , e imagínense lo que pudiera ser para el propio implicado. Tampoco nunca se le ocurrió llamarle la atención. Por último una pareja de filipinos, siempre sonrientes  que saludaban muy afectuosamente a todos y que parecían tremendamente felices o al menos eso indicaban sus rostros. Lo cierto es que Kevin poca o ninguna gana tenía de hablar ni tan siquiera de simular cordialidad. Llegaba, se apoyaba en el lateral de la marquesina y fingía hacer alguna tarea importante en su teléfono móvil para pasar el rato de espera. Justo enfrente, otra marquesina de autobús con 3 señoras de baja estatura y de edad avanzada, provistas de unos enormes bolsos y que hablaban sin parar con un tono elevado de voz. Parecían discutir permanentemente como si estuvieran enfrentadas al mundo.
Ese día como tantos otros Kevin se dirigió a la parada. Allí estaban los mismos de siempre, aunque ese día la embarazada ya permanecía sentada. El sonido atronador del joven de la mochila y la sonrisa y el saludo de los filipinos. Todo normal. Pero ese día ocurrió algo extraordinario. Kevin alzó la mirada al frente y allí en la marquesina del otro lado de la calle, sin fijarse tan siquiera en las 3 cotorras ancianas, vio una aparición divina, casi celestial. Allí enfrente vio a la mujer de su vida. Nunca había visto nada más bello, nada más angelical, nada más hermoso. Con disimulo recorrió su pelo liso y brillante de color dorado que le caía y se posaba sobre sus divinos hombros, Su rostro aterciopelado, su piel clara que hacía que reflejara con todo su esplendor unos ojos azules en los que te podías reflejar, su nariz perfecta, sus labios carnosos y su media sonrisa enigmática y a la vez atractiva. La ropa ceñida se ajustaba a su perfecto cuerpo y a su alma divina. Kevin creía enloquecer, la miraba de soslayo y ella lo hacía también. Parecía etérea, su mirada profunda se clavaba en los ojos de Kevin y no se movía, no se inmutaba, ni tan siquiera cuando pasaba su autobús. Allí permanecía mirándole.
Así fueron pasando los días y Kevin se ilusionaba, aunque sólo fuese por una mirada, por un momento. Deseaba que el display de la marquesina reflejase alguna demora mayor para poder contemplarla más tiempo, para poder divisar a su amada aunque sólo fuese un minuto más. De lunes a viernes a las 7 de la mañana era su mejor momento del día, cuando su sueño se convertía en realidad, cuando su vida recobraba el sentido y allí estaba ella, esperándole y allí estaba él, deseándola.
Pero un día pasó lo que nunca querría imaginar. Llegó a la parada en la que ya no permanecía la embarazada y miró al frente, pero ya no estaba, se había ido, se la habían llevado, algo había pasado. Durante 4 semanas esa enigmática mujer había permanecido allí, nunca se había retrasado, siempre había sido puntual y fiel a su cita. Pero ese jueves no estaba. El rostro de Kevin se quedó petrificado sin comprender que había ocurrido, sus ojos vidriosos delataban una tristeza infinita. Miró y observó hoy sí, que estaban las 3 señoras en las que no había reparado estas 4 semanas anteriores. Cruzó la calle y se dirigió muy afligido a la bendita parada de enfrente. Debía preguntar a quienes habían estado más cercanas a ella si sabían algo. Y así fue
-      Buenos días señoras
Las 3 continuaban con su discusión sin hacer mucho caso a la presencia y a la pregunta de Kevin. En un tono más elevado se dirigió a ellas
-      ¡¡Oigan..!!
Por fin se dieron por aludidas y contestaron
-      Si, dígame caballero. Perdone  pero es que no le escuchábamos…
-      Miren es que quería hacerles una pregunta, ya que ustedes están aquí a estas horas, por si sabían una cosa…
-      Pues dígame, pero si le digo la verdad , como estamos a nuestras cosas pues no sabemos si le podremos solventar su problema
Señalando con la mano al lugar donde estuvo esas 4 semanas la bella mujer les preguntó
-      ¿Saben Uds. dónde está ella?
-      Pues no había reparado ni tan siquiera en ello- contestó una de las ancianas
-      Yo tampoco- contestó otra
Cuando la desesperación de Kevin se hacía cada vez más evidente,  la última de ellas y en un tono muy elevado de voz dijo
-      ¡¡Si, si ya me acuerdo!!
-      Dígame por favor, ¿¿qué ha pasado?? Exclamó con energía y nervios Kevin
-      Ayer cuando pasé por aquí vi como se la llevaban
-      ¿¿Cómo??
-      Dos operarios retiraron el CARTEL de la marquesina y seguramente como hacen cada mes pongan otro. Esperemos que esta vez sea un anuncio de algún chico anunciando ropa íntima y no de siempre de chicas preciosas, jeje- Finalizó picaronamente la anciana señora, riéndose sus compañeras ante la mirada perdida del ínclito Kevin.

Oscar, 21 de julio de 2012



  

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